A 17 años del alzamiento, estas comunidades indígenas en resistencia siguen mejorando su salud, educación, su derecho a la tierra o su comunicación propia, fuera de los focos mediáticos
Gobierno y grupos paramilitares hostigan continuamente a los zapatistas y a sus simpatizantes
Majo Siscar
En Chiapas, en la frontera sur de México, allá
donde la orografría es abrupta y el hambre surca los rostros de los más
pequeños, miles de personas decidieron alzarse en armas y decir “basta” a la
pobreza, a la marginación, a la invisibilidad. Era el 1 de enero de 1994, y las
ciudades chiapanecas amanecieron tomadas por los nadie, los indígenas, aquellos
que debían bajar de la cera cuando pasaba un caxlan –palabra maya para
designar a los mestizos- , aquellos que no sabían, que andaban descalzos, los
prescindibles, sencillos hombres y mujeres que aquel día se volvieron grandes
al hacer la primera revolución del siglo XXI.
“Hoy decimos ¡basta!, (…) los desposeídos somos
millones y llamamos a todos nuestros hermanos a que se sumen a este llamado
como el único camino para no morir de hambre ante la ambición insaciable de una
dictadura de más de 70 años encabezada por una camarilla de traidores que
representan a los grupos más conservadores y vendepatrias”, rezaba la primera
declaración de la Selva lacandona con la que esta guerrilla indígena, el
Ejército Zapatista de Liberación Nacional, se atrevía a declararle la guerra al
Estado mexicano.
Era el día que entraba en vigor el Tratado de
Libre Comercio de America del Norte, que marcó la consolidación definitiva del
neoliberalismo en el país, y los zapatistas presentaban 11 peticiones
fundamentales relacionadas con el derecho al trabajo, la tierra, la vivienda,
la alimentación, la salud, la educación, la independencia, la libertad, la
democracia, la justicia y la paz. En definitiva pedían ser ciudadanos de
primera en un país que los negaba, y tener capacidad para gozar del ejercicio
de esta ciudadanía con respeto a sus modos de producción y autogobierno tradicionales,
más allá del sistema de partidos y la sobreexplotación de la tierra. Esta
propuesta alborotó una sociedad que se sentía en marasmo, secuestrada por más
de 60 años por un partido único que había perdido su legitimidad, y
económicamente en crisis. “El EZLN nos cambió la vida. Bajó el ejercicio de la
política a la comunidad. Se extendió la percepción que nuestra palabra podía
contar si así lo decidíamos, y se extendió la participación de
estudiantes, campesinos, clases medias en los medios, en la esfera pública”,
explica Gloria Muñoz, periodista que ha vivido muchos años en las comunidades
zapatistas y sigue desde cerca la trayectoria del EZLN.
Así, el EZLN captó enseguida los focos
nacionales e internacionales. Su portavoz, el Subcomandante Marcos, un
encapuchado con pipa, de humor chispeante, desparpajo seductor y tiros verbales
certeros, también sacudió las izquierdas de la vieja Europa y EEUU, en plena
crisis ideológica después de la caída de Berlín y el auge del neoliberalismo.
El apoyo nacional paró la matanza que se hubiera
desencadenado entre un Ejército profesional y una guerrilla campesina ataviada
con más palos que armas de fuego. Así, después de 12 días de enfrentamientos
armados, estos nadies lograron el primer diálogo nacional en febrero-marzo
de 1994 y posteriormente, entre el 95 y el 96, se elaboraron los Acuerdos de
San Andrés, que establecían la lucha agraria, la lucha por el reconocimiento
legal de los derechos de los indígenas y la construcción de estructuras de
gobierno autónomos.
Aunque pronto se quedaron en papel mojado, los
Acuerdos son un documento de referencia y dieron visibilidad a los pueblos
indígenas. De ellos salió el Congreso Nacional Indígena que convirtió a los
pueblos originarios en un actor político. Los zapatistas pasaron de la
decepción a los hechos y empezaron a llevar sus derechos y su autonomía por su
cuenta. Si no había reconocimiento legal de sus necesidades y sus modos
propios, los ejercerían en la práctica. Recuperaron miles de hectáreas de
tierras a los caciques para trabajarlas ellos mismos. Y empezaron una política
de fortalecimiento local. Para ello, la estructura militar cedió espacio a sus
bases de apoyo, como se hacen llamar los zapatistas civiles. Se organizaron en
Municipios Autónomos Rebeldes Zapatistas, que estructuran los territorios que
controlan y promueven el desarrollo local fuera de las leyes gubernamentales. Y
con la suma de estas municipalidades establecieron cinco supraregiones, que
funcionan como centros de poder político y administrativo, los Caracoles.
En 1998, el EZLN controlaba 38 municipios autónomos concentrados en el centro y
oriente de Chiapas y, ya en 2003, existían cinco Juntas de Buen Gobierno, sus
autoridades, compuestas por delegados de los diferentes municipios que se
relevan temporalmente y son elegidos por la propia comunidad. Las JBG son los
responsables de los proyectos, la administración y la impartición de justicia.
A partir de ellas se construye su sistema alternativo, basado en la visión y
práctica del mundo de los pueblos originarios, con una estructura más
participativa y un gran arraigo con la tierra. Su práctica autonóma se
construye a partir de la implicación de las bases en el trabajo colectivo de la
comunidad como promotores de salud, educación, comunicación, sin más recompensa
que la mejora de su vida cotidiana y la de su comunidad.
“Lo que nos enseñó el EZLN, es realmente a
luchar, que íbamos a luchar por esas demandas y nos advirtieron que iba a
llevar un largo tiempo.Y descubre que la pobreza que existe en la comunidad es
por culpa de unos explotadores, entonces como que le abre a uno la vista, el
pensamiento, el corazón a que no es porque no trabajamos que somos pobres, o
como alguno que otro decía es que dios así quiere de por sí, que unos van a ser
ricos y otros van a ser pobres. Entonces como que el EZLN hace una nueva
propuesta a diferencia de otras organizaciones, porque la propuesta de él es a
luchar, no sólo a correr a los finqueros, sino a trabajar. Va a luchar por la
salud, por la educación, por la alimentación, por la vivienda, por la justicia,
por la democracia” explica el compañero Jacinto em Radio Insurgente, la emisora
zapatista, al ser preguntado por cómo le cambió la vida con el EZLN.
Esta autonomía de facto causó simpatías
en todo el mundo, que les acompañan a través de redes internacionales
solidarias que apoyan con financiación para los programas y capacitación a los
promotores locales. Así, han implementado un sistema de salud y educación
autónomo, así como multitud de proyectos productivos y de mejora de las
condiciones de vida.
“Antes cuando había un problema en nuestra
comunidad a veces iba uno hasta donde está el mal gobierno y ahí solamente
arreglaba su problema el que tenía dinero. Pero ahora ha cambiado, porque aquí
con nosotros, con nuestro gobierno del pueblo ya no se necesita dinero, sino
que el que de por sí tiene la razón es el que tiene la razón, y el que tiene la
culpa pues se reconoce que tiene la culpa” relata en la misma emisora con un
castellano precario, el compañero Francisco, zapatista del pueblo de San
Miguel, del Caracol La Realidad, en la parte más septentrional del estado.
“Es el principio de mandar obedeciendo que
promueven, es decir la política puesta en la gente de abajo, el principio de la
consulta, del no hacer nada sin preguntarle a los pueblos, el principio de la
revocación del mandato, que si no lo haces bien te quito, y sobretodo el
principio de la participación colectiva”, subraya Muñoz.
Así las cosas, referirse al zapatismo ahora, 17
años después del alzamiento, no es hablar solamente de un grupo guerrillero,
sino de una nueva forma de relaciones sociales entre las comunidades y de una
nueva forma de ver y vivir el mundo. Más allá de las armas, impactó su decisión
y su dignidad, que despertó la conciencia de millones de ciudadanos y
ciudadanas y volcaron hacia Chiapas los reflectores internacionales.
Pero con el paso de los años, los zapatistas han
perdido poder mediático, y con la sombra, se han acentúado los hostigamientos.
Pese al alto al fuego, el gobierno ha mantenido siempre un cerco militar en los
territorios zapatistas, y el ejército ha sido denunciados en numerosas
ocasiones de violar los Derechos Humanos con amenazas, toma ilegal de tierras,
ejecuciones, torturas o por forzar el desplazamiento de los pobladores
indígenas. Según el Centro de Análisis Plíticos e Investigaciones Sociales y
Económicas (CAPISE) se mantienen 118 instalaciones militares, 57 de las cuales
en tierras comunales. Permanece así el estado de acecho, con una guerra
sumergida y olvidada, en donde los excesos pasan desapercibidos por la falta de
información.
Además, al acoso de los soldados se sumó una
nueva estrategia de contrainsurgencia a través de paramilitares, otros
indígenas a sueldo, entrenados y armados que acechan constantemente a los
zapatistas, de tal manera que mediáticamente parezcan conflictos interétnicos o
religiosos.
“Hay un conflicto armado no resuelto. Se
mantienen las fuerzas militares en el territorio y aparecen paramilitares con
un rostro civil, pero que operan con hostigamiento, amedrentamiento con
poblaciones zapatistas o sus simpatizantes. Es una estrategia integral de
contrainsurgencia”, resume Jorge Armando Gómez, del Centro de Derechos Humanos
Fray Bartolomé de Las Casas (Frayba), en Chiapas.
Las pruebas sobre la actividad paramilitar
sobran: asesinatos, masacres, como las 45 personas asesinadas em el poblado de
Acteal em 1997, robos de cosechas y ganado son una constante. El Frayba lleva a
cabo un trabajo sistemático de recolectar información y denunciar los crímenes,
tanto de paramilitares como del Ejército. Quien lea algunos de sus informes
anuales, se encontrará con una situación crítica en Chiapas, donde la
criminalización de la protesta está a la orden del día, mientras las
comunidades indígenas resisten desde hace años toda clase de vejaciones. De
hecho, el mismo Frayba, ha sufrido una campaña de difamación y criminalización
por su misma labor de denuncia, además de que varios de sus integrantes han
sufrido amenazas directas.
“Siguen aplicando una estrategia de
deslegitimación del movimiento y todos sus simpatizantes. El movimiento
zapatista es por su naturaleza una piedra en el zapato de México. Choca con un
modelo de desarrollo y explotación del territorio neoliberal y además lo hace
en la frontera sur, un lugar importantísimo geoestratégicamente con todos los
intereses económicos transnacionales, hacia Centro y Suramérica. Es una piedra
que se resiste pero además es mucho más grande y simbólica porque aporta
alternativas a la humanidad”, arguye Gómez.
En efecto, la praxis del zapatismo propone
alternativas de respeto intercultural, políticamente lleva a cabo el
autogobierno y la libre determinación, en lo económico busca la producción
colectiva, el uso y cuidado de la tierra más allá de lo material. “Siempre se
buscará acabarlos por todos los medios posibles, porque se opone a la
creencia de que el capitalimo neoliberal es el único modelo válido para la
sociedad”, agrega Gómez.
De hecho, además de la importancia
geoestratégica de Chiapas, en los últimos años se ha convertido en un nuevo
foco nacional de la inversión turística y ambos intereses chocan con la defensa
del territorio de los indígenas. Entre los proyectos estatales más importantes
destacan la construcción de una autopista San Cristóbal-Palenque, y la creación
de una presa hidroeléctrica en los ríos Agua Azul, Tulijá y Bascán, que
despojaría a las comunidades de sus recursos naturales más importantes.
Cuando las comunidades se oponen, el gobierno se
intenta apropiar del territorio con desalojos forzados, la cooptación para la
firma de convenios y proyectos de desarrollo, la ocupación policial y militar
de la zona, la criminalización de defensores y la judicialización de acciones
de defensa de derechos. Es el caso de los recientes conflictos de los poblados
de Bachajón y Mitzitón.
En Bachajón, una de las comunidades afectadas
por la presa, el pasado febrero asesinaron a un comunero e hirieron a otro.
Ciento diecisiete personas han sido detenidas, de las cuales cinco aún
permanecen presas, y las personas que permanecen plantadas en el lugar para
evitar el desalojo, sufren constantes hostigamientos.
El pueblo de Mitzitón también mantiene un
plantón desde el año para defensa su territorio del paso de la Autopista. Desde
entonces un grupo de paramilitares liderados por el “Ejército de Dios” y “Alas
de Águila”, protagonizan enfrentamientos armados contra los pobladores incluso
en presencia de funcionarios estatales.
Como explica el Frayba, lo que se disputa es
“evitar el empoderamiento de los pueblos indígenas de la región para ejercer su
derecho a decidir qué necesitan como pueblos y cómo pueden cuidar, proteger y
defender sus territorios”.
A eso se suma la presión constante de los
partidos políticos que con regalos simbólicos y promesas intangibles intentan
romper la autonomía de los pueblos zapatistas en resistencia. “Hay altibajos en
las comunidades, porque el gobierno nos está atacando con sus programas, con
sus proyectos, entonces nos está atacando de maneras de que dejemos de luchar y
nos salgamos de la lucha y ahora podamos volver a ser dominados por él”, resume
el compañero Jacinto desde La Realidad.
Sin embargo, todo lo que han hecho y continúan
haciendo las comunidades indígenas zapatistas, su andar colectivo, desde hace
17 años pero que viene de más atrás, es posible gracias a la conciencia
política que han desarrollado a la par de su organización para la vida.
Majo Siscar – Jornalista – 04.04.2011
IN “Periodismo Humano” – http://periodismohumano.com/en-conflicto/los-zapatistas-avanzan-en-silencio-hacia-la-autonomia.html