domingo, 11 de agosto de 2013

El desproporcionado encanto de la Alianza del Pacífico


la Alianza del Pacífico tiene tres objetivos. Uno: sujetar a los países del Pacífico como exportadores de bienes naturales, consolidarlos como países sin industria y enormes desigualdades y, por lo tanto, con crecientes dosis de militarización interna. Dos: impedir la consolidación de la integración regional y aislar a Brasil, pero también a Argentina y Venezuela. Tres, y esto nunca lo dicen sus defensores: formar la pata americana de la Alianza Transpacífico (TPP, por sus siglas en inglés), que Estados Unidos pretende convertir en el brazo económico de sumegaproyecto militar para contener a China.

 Raúl Zibechi
Las elites empresariales y mediáticas echaron las campanas al vuelo con la séptima cumbre de la Alianza del Pacífico, realizada en Cali (Colombia) entre el 20 y el 24 de mayo. El encuentro convocó nutridas delegaciones de directores de grandes empresas y a los presidentes de los cuatro países que la integran: Enrique Peña Nieto, Sebastián Piñera, Ollanta Humala y Juan Manuel Santos. Además, asistieron el primer ministro de Canadá y los presidentes de España, Costa Rica, Panamá y Guatemala.
Se dieron cita en Cali también delegaciones de Uruguay, Australia, Japón, Portugal, Nueva Zelanda y República Dominicana, que ya tenían el estatuto de observadores, a los que se sumaron ahora Ecuador, El Salvador, Francia, Honduras, Paraguay, Portugal y República Dominicana.
Se trató de un encuentro para aceitar negocios y potenciar las exportaciones de commodities que el presidente de Colombia se empeña en denominarintegración, como hizo un año atrás en Antofagasta al asegurar que estamos anteel proceso de integración más importante que ha hecho América Latina( El Espectador, 6 de junio de 2012). Sin que nadie se lo hubiera preguntado, destacó que la alianza no es contra nadie, aunque es evidente que está orientada contra el Mercosur y la Unasur y, más en concreto, busca aislar a Brasil.
Los defensores de la alianza destacan que representa 35 por ciento del PIB latinoamericano y 55 por ciento de las exportaciones de la región al resto del mundo, y que durante 2012 los cuatro países tuvieron un crecimiento mayor que el resto de la región. No aportan, sin embargo, algunos datos elementales. Es cierto que exportan más que el Mercosur (573 mil millones de dólares frente a 438 mil millones), pero sus exportaciones se concentran en minerales en bruto e hidrocarburos. Sólo 2 por ciento de las exportaciones se dirigen a los otros países de la alianza, mientras 13 por ciento de lo que exportan los miembros del Mercosur es comercio intrazona, que siempre comporta mayor valor agregado.
Si se mira un poco más atrás, los datos son aún más contundentes. El comercio intrazona de la Alianza del Pacífico creció en 215 por ciento en los últimos 10 años, mientras el intercambio interno del Mercosur se expandió 376 por ciento en el mismo lapso ( La Nación, 9 de junio de 2013). En paralelo, los cuatro presidentes de la alianza hicieron anuncios ridículos que los ponen en evidencia: crearon un fondo de un millón de dólares (250 mil dólares por país) para apoyar proyectos contra el cambio climático, a favor de la ciencia y la tecnología, las pymes y el desarrollo social.
Tiene razón Theotonio dos Santos cuando se le pregunta por la Alianza de Pacífico: ¿Qué es lo que el gobierno de Estados Unidos puede ofrecer a los países del área del Pacífico? Comercio con Estados Unidos. Y aclara: Los países que entran en tal asociación no hacen acuerdos entre ellos, hacen acuerdos de cada uno de ellos con Estados Unidos: eso no es integración. Es más, cada uno de ellos en la relación con Estados Unidos se va a convertir en deficitario (Alai, 11 de junio de 2013).
En efecto, la Alianza del Pacífico tiene tres objetivos. Uno: sujetar a los países del Pacífico como exportadores de bienes naturales, consolidarlos como países sin industria y enormes desigualdades y, por lo tanto, con crecientes dosis de militarización interna. Dos: impedir la consolidación de la integración regional y aislar a Brasil, pero también a Argentina y Venezuela. Tres, y esto nunca lo dicen sus defensores: formar la pata americana de la Alianza Transpacífico (TPP, por sus siglas en inglés), que Estados Unidos pretende convertir en el brazo económico de sumegaproyecto militar para contener a China.
Desde la izquierda se ha denunciado con acierto que la Alianza del Pacífico se inscribe en la política estadunidense de consolidar su hegemonía en la región, que pasa por impedir que surjan bloques fuera de su control. No explican, sin embargo, por qué el Mercosur está estancado y en crisis, al punto que el Uruguay de José Mujica se propone ingresar en la Alianza del Pacífico. No se habla, tampoco, de las razones por las cuales el Banco del Sur no avanza o lo hace a pasos sospechosamente lentos. Ni se mencionan las razones de fondo de la crónica crisis comercial entre Argentina y Brasil.
Abordar estos problemas sería tanto como someter a escrutinio las políticas de los gobiernos progresistas de la región. Quizá la limitación mayor del progresismo sea su incapacidad para confrontar, ideológica y políticamente, con las elites empresariales, sobre todo por parte de Brasil y Uruguay, pero también de Bolivia y Ecuador. Allí donde hay cierta confrontación, casos de Venezuela y Argentina, ésta se debe a las ofensivas de las derechas pero no se debaten modelos de país y se sigue apostando a un extractivismo que lleva agua al molino de la Alianza del Pacífico. Para exportar petróleo, soya, carne y lana a China no hace falta integración regional.
Las derechas hablan claro. Roberto Gianetti, de la Federación de las Industrias del Estado de San Pablo, propuso librarse de la camisa de fuerza del Mercosur y rebajarla de unión aduanera a zona de libre comercio. No vamos a concluir ningún acuerdo teniendo a Argentina y Venezuela como socios, dijo en relación con los 14 años que lleva el Mercosur negociando un TLC con la Unión Europea.
Aécio Neves, candidato de la derecha en las elecciones brasileñas del próximo año, dijo que el Mercosur está anquilosado y propuso transformarlo enuna área de libre comercio que permita a cada Estado miembro firmar acuerdos comerciales con otros países y pone como ejemplo de dinamismo a la Alianza del Pacífico ( La Nación, 9 de julio de 2013). Lo mismo dice el inefable Domingo Cavallo, uno de los mayores responsables de la crisis argentina. Es evidente que estamos ante una ofensiva de las derechas aliadas de Washington que lanzan un desafío que las izquierdas no saben o no quieren responder. La Alianza del Pacífico no crece por mérito propio sino por las ambigüedades del progresismo.


Raúl Zibechi – Jornalista e escritor uruguaio – 14.06.2013



Alianza del Pacífico: ¿hacia un nuevo ALCA?

Luego del fracaso del proyecto del ALCA, en 2005, y del fortalecimiento de una integración regional que excluía a Washington (Mercosur ampliado -que aguarda el ingreso de Bolivia y Ecuador-, UNASUR, CELAC, ALBA), Washington pretende reposicionarse en la región, a pesar de su relativamente decreciente influencia económica, del avance chino y de la profundización de las relaciones económicas sur-sur.

Leandro Morgenfeld
Esta semana, Obama visita América Latina. El 23 de mayo, en Cali, se llevará a cabo la IV Cumbre de la Alianza del Pacífico, un engendro que impulsa una integración neoliberal, a contramano de la que pretende el ALBA. Washington busca remolcar a sus socios del sur hacia la Alianza Trans-Pacífico, para alejarlos del eje bolivariano.
Hace exactamente dos años, en Lima, se dio a conocer la Alianza del Pacífico. Impulsada por el entonces presidente Alan García, reunió en un nuevo foro regional a Perú, Colombia, Chile y México y se planteó como un espacio para contrarrestar la entonces creciente influencia bolivariana.
Además de esos países, participan como observadores Panamá, Uruguay, Costa Rica y Canadá. Ya en su manifiesto inaugural, la "Declaración de Lima", los socios señalan que pretenden "avanzar progresivamente hacia el objetivo de alcanzar la libre circulación de bienes, servicios, capitales y personas".
Desde la cumbre fundacional en Lima, se realizaron varias reuniones presidenciales. El 23 de mayo, en Cali, se llevará a cabo la VII Cumbre de la Alianza del Pacífico, con la presencia de mandatarios de los países miembros y de algunos de los países observadores. Los cuatro socios, sumados, equivaldrían a la novena economía del mundo y la décimosexta potencia comercial, 207 millones de consumidores, el 35% del PBI de América Latina.
Luego del fracaso del proyecto del ALCA, en 2005, y del fortalecimiento de una integración regional que excluía a Washington (Mercosur ampliado -que aguarda el ingreso de Bolivia y Ecuador-, UNASUR, CELAC, ALBA), Washington pretende reposicionarse en la región, a pesar de su relativamente decreciente influencia económica, del avance chino y de la profundización de las relaciones económicas sur-sur.
La Casa Blanca impulsa la Alianza Trans-Pacífico (ATP), con el objetivo de crear un mercado común entre las Américas (actualmente participan Canadá, México, Perú y Chile), Australia y Asia, sin China. En línea con una política exterior que mira con recelo la expansión y la competencia de Pekín (los principales despliegues militares del Pentágono se realizan actualmente en el Pacífico), la ATP cumple el doble objetivo de intentar contener y limitar la expansión económica china y a la vez lograr una suerte de ALCA remozado que contrarreste la influencia que supo tener la integración alternativa impulsada desde Caracas por el eje bolivariano.
En función de los intereses de las grandes corporaciones estadounidenses, se negocia a puertas cerradas, con el objetivo de llegar a un acuerdo en octubre de 2013. Al mismo tiempo, movimientos sociales de todo el mundo luchan contra la concreción de esta nueva ofensiva del capital trasnacional que afectaría derechos laborales, regulaciones ambientales, acceso a medicamentos genéricos, regulaciones financieras, a la vez que impulsaría la consolidación de oligopolios y disminuiría la potencialidad de desarrollos locales.
Ambas iniciativas, la Alianza del Pacífico y la Alianza Trans-Pacífico son complementarias y funcionales a los intereses de la Casa Blanca en América Latina. Washington busca meter una cuña en América del Sur, impulsando a los países con los cuáles ya tiene Tratados de Libre Comercio bilaterales (Colombia, Chile, Perú) a que se unan y sean remolcados hacia la ATP.
La gira de Obama por México y Costa Rica (donde se reunirá, además, con varios mandatarios centroamericanos) a sólo tres meses de asumir su segundo mandato tiene como uno de los principales objetivos impulsar un movimiento "tectónico" en la región, aprovechando la ausencia de Chávez: volver al viejo proyecto de forjar una apertura al capital estadounidense, alentar el libre comercio y reducir la capacidad de los Estados de establecer regulaciones.
Con sus pares centraoamericanos, Obama discutirá el tema de la guerra a las drogas (cuyos nefastos resultados ya fueron expuestos por algunos gobiernos de la región en la Cumbre de las Américas realizada justo un año atrás) y también pretenderá mostrar los avances en las leyes migratorias en Estados Unidos, algo que afecta fundamentalmente a las poblaciones de origen centroamericano. Sus recientes declaraciones en favor del cierre de la cárcel de Guantánamo -promesa electoral cuyo incumplimiento lleva más de 4 años- son parte de la estrategia de "seducción" hacia América Latina.
Luego del fracaso que resultó para Washington la Cumbre de las Américas realizada en Cartagena en abril de 2012 (allí la agenda caliente -Cuba, Malvinas, droga, inmigración- fue impuesta por los países latinoamericanos, a pesar de las presiones del Departamento de Estado), Obama pretende recuperar la iniciativa en las relaciones interamericanas, detener el avance de potencias extrarregionales (fundamentalmente China, socio comercial y financiero privilegiado para Argentina, Brasil y Venezuela, entre otros) y limitar las aspiraciones de Dilma Rousseff de transformarse en vocera de América del Sur -vía el Mercosur o la UNASUR-. Por eso, la Alianza del Pacífico es fundamental para el reposicionamiento de Washington en la región. A través de la misma, se pretende atraer a los países disconformes del Mercosur, como Uruguay y Paraguay, y reintroducir políticas neoliberales que tanta resistencia popular generaron en las últimas dos décadas.
La izquierda latinoamericana debe advertir esta nueva ofensiva del capital, que pretende restablecer la agenda neoliberal, resistida a través de amplias movilizaciones y levantamientos en los últimos 20 años. Es preciso defender la integración alternativa que plantea el eje bolivariano. El ALBA de los movimientos sociales, en ese sentido, puede ser una herramienta para coordinar a las fuerzas políticas populares que construyen desde una perspectiva latinoamericana, con una orientación anti-imperialista y, en algunos casos, socialista.


Leandro Morgenfeld – Docente UBA e ISEN. Investigador del CONICET. Autor de Vecinos en conflicto. Argentina y Estados Unidos en las conferencias panamericanas (Ed. Continente, 2011), de Relaciones peligrosas. Argentina y Estados Unidos (Capital Intelectual, diciembre 2012) y del blogwww.vecinosenconflicto.blogs... – 05.05.2013