Veintitrés años después de la independencia, las calles del centro de Kíev son escenario de una batalla campal entre los partidarios de una Ucrania más occidental y un régimen político de base rusófila, de nuevo cautivado por Moscú, que controla el grifo del gas. Ucrania no es un lugar marginal. Es el bajo vientre de Rusia. Posee Crimea, pieza fundamental para el control del Mar Negro, donde se desarrollan equilibrios regionales muy delicados: el renacimiento de Turquía, el avispero del Cáucaso, los corredores energéticos que salen al Mediterráneo por el Bósforo y los Balcanes. Ucrania posee Crimea y linda con Polonia, otra nación importantísima para el futuro de la Unión Europea. Ucrania es un espacio fundamental en la definición de los mapas del futuro.
Enric Juliana
El mapa que
encabeza este artículo fue editado en San Francisco en 1877 por un dibujante
satírico llamado Fred Rose. Es un mapa posterior a la guerra de Crimea
(1853-1871) y a la guerra franco-prusiana (1870-71). Rusia aparece
caricaturizada como un pulpo que intenta desplegar sus tentáculos sobre el
Imperio Otomano, el Báltico y las dos fuerzas centrales: la Prusia militarista
y el Imperio Austro-Húngaro. Francia es un viejo militar con un catalejo. Gran
Bretaña, un comerciante atento a lo que ocurre en el continente, con un escocés
sobre sus espaldas. Italia es una niña traviesa que juega con la figura del
Papa. Y España –atención-, una figura sentada de espaldas a Europa. Nada de lo
que ocurre fuera le interesa. Está en lo suyo (1877. Reinado de Alfonso XII,
después de la caída de la Primera República. Gobierna Antonio Cánovas del
Castillo. Constitución recién aprobada. Fin de la tercera guerra carlista y
precaria paz en Cuba).
Los mapas están de
moda y hay que documentarse. Viendo este raro ejemplar de la cartografía
satírica, he recordado una interesante conversación en Madrid, hace ahora más
de seis años. Otoño del 2008. Charla coloquial con un diplomático de un
importante país europeo, en estos momentos en un nuevo destino, fuera de
España. Estábamos viviendo la primera de las pesadillas de la actual crisis. La
quiebra de Lehman Brothers -15 de septiembre- había estado a punto de provocar
el colapso todo el sistema financiero internacional. Se sucedían a ritmo
frenético las reuniones de los gobernantes europeos y José Luis Rodríguez
Zapatero no había tenido más remedio que apearse del negacionismo de la crisis
(el PSOE aún no se ha repuesto de aquella insensatez). Dijo el diplomático:
"Esta crisis puede tener efectos devastadores para Europa. Habrá fractura
social, crecerán las diferencias de renta entre los grupos sociales y los
territorios. Asistiremos a fuertes tensiones regionales; no sólo en aquellos
lugares donde ya existen desde hace tiempo. Habrá regiones europeas que querrán
desvincularse de sus estados nacionales creyendo que así podrán afrontar mejor
las consecuencias de la crisis. En España me temo que esas tensiones van a ser
particularmente importantes. Desde la perspectiva de mi gobierno, la única
salida estratégica es ir a la creación de un gran espacio socioeconómico con
Rusia. Sólo desde una escala mucho más grande, Europa podrá seguir manteniendo
cierto peso en el mundo y controlar sus tensiones internas. Pese a los
problemas políticos existentes, Europa tiene que acercarse a Rusia. Y para ello
me temo que tendremos que sacrificar Ucrania. Ucrania acabará siendo para los
rusos".
Invierno de 2014,
seis años después. Gran Bretaña se prepara para la celebración de un referéndum
sobre la independencia de Escocia. Catalunya pide seguir el mismo camino y el
Gobierno español se lo niega. El País Vasco oscila entre la inflamación y la
calma, tras el eclipse de ETA, que aún no se ha disuelto. El resultado del
referéndum escocés –en estos momentos parece prevalecer el no a la
independencia- tendrá efectos importantes en el continente. Bélgica se mantiene
en un precario equilibrio interno. La la Liga Norte padana intenta levantar
cabeza tras su matrimonio con Silvio Berlusconi, en una Italia que se dirige a
la reforma constitucional, con la posible transformación del Senado en cámara
territorial. En Francia, manda París, el presidente ocupa la prensa del corazón
y la crisis provoca la reaparición del regionalismo bretón, con la protesta de
los gorros rojos motivada por una subida en los impuestos sobre los
carburantes. Lema de 'les bonnets rouges': "Vivir, decidir y trabajar en
Bretaña".
El diplomático
acertaba. Seis años después, Europa no se rompe en mil pedazos, pero hay estrés
regional en muchos estados nacionales. Los focos de reivindicación territorial
son hoy más potentes que hace seis años. Es un movimiento en doble dirección.
En zonas muy debilitadas por la crisis, el regionalismo se pliega en favor del
estatalismo: la gente teme quedar fuera del manto protector del Estado y no
quiere cambios, ni discusiones que pongan en riesgo el actual reparto. Donde la
crisis es fuerte, pero la sensación de autosuficiencia política y económica es
mayor, el movimiento de opinión es la inversa: deseo de más autonomía, cuando
no de independencia. Un Estado propio para hacer frente a la indeterminación de
los nuevos tiempos. Surgen nuevos programas de máximos. Los casos de Escocia y
Catalunya seguramente son hoy los más ilustrativos al respecto. Palabras del
mismo diplomático, meses después de aquella primera conversación. "Si una
mayoría de catalanes llegase finalmente a la conclusión que con independencia
viviría mejor, España tendría un serio problema". Seis años después, ese
escenario parece tomar cuerpo. La indivisibilidad de España, en el centro del
debate político. Seis años después de la quiebra de Lehman Brothers y de las
sucesivas oleadas de miedo que han barrido buena parte de Europa.
Seis años después,
Ucrania está en llamas y se dirime entre Rusia y la Europa germanizada. La
policía repele con violencia las manifestaciones en el centro de Kíev de los
ucranianos proeuropeístas que repudian el definitivo giro prorruso del primer
ministro Victor Yakunovich, al rechazar un tratado comercial preferente con la
UE. La facción más radical de los manifestantes responde con violencia a la
policía y a los matones que ha movilizado el poder para amedrentar a los
opositores. Los opositores moderados tratan de desmovilizar la violencia, pero
los alrededores de la plaza Maidan se han transformado en escenario de la barbarie
posmoderna.
Bajo un frío
atroz, la policía antidisturbios se enfrenta a un ejército que intenta ser
simétrico: hombres protegidos con cascos y escudos, dispuestos a la lucha
cuerpo a cuerpo. La fotografía de un manifestante con armadura medieval ha dado
la vuelta al mundo.
La dureza del
nuevo desorden europeo se pasea estas semanas por de Kíev. El panorama es
tremendo. Mientras en algunos rincones de la Europa occidental, importantes
segmentos de las clases medias y populares sueñan con vivir dentro de una
burbuja impermeable que ponga a salvo el bienestar acumulado, adhiriéndose a
discursos populistas y anti Unión Europea; en Kíev, hay personas que mueren por
querer pertenecer a Europa. Un gran drama.
Ignoro si aquel
diplomático que pensaba en una Europa desde Lisboa hasta más allá de los
Urales, sigue creyendo, en su nuevo destino, que Ucrania es el precio a pagar
por un gran espacio económico euroasiático. No sé si esta sigue siendo la
doctrina de su país.
Rusia, renacida de
las cenizas del comunismo, no quiere reparto de influencias en Ucrania. Después
de ver cómo la OTAN avanzaba hacia las puertas de Moscú, tomaba el Báltico y se
aproximaba al Mar Negro desde Rumania y Bulgaria, Rusia intenta recomponer todo
lo que pueda del antiguo glacis soviético. Recomponer el espacio vital de la
Rusia imperial. Logró retener Bielorrusia, donde sigue en pie un régimen
totalitario. Y Ucrania, oscila dramáticamente. La 'revolución naranja' del
2004, de Victor Yushenko y Yulia Tymoshenko, fuertemente animada por los medios
de comunicación occidentales, estuvo a punto de alejar Ucrania de Rusia. La
protesta se inició con una denuncia de fraude electoral. Se repitieron las
elecciones presidenciales y Yushenko las ganó. Nombró primera ministra a
Tymoshenko, el rostro más popular de la protesta. La mujer de las bellas
trenzas rubias; 'La princesa del gas'. Propietaria de una importante empresa de
importación de gas ruso. Millonaria, enriquecida durante el desbarajuste
posterior a la disolución de la URSS. Perfil de oligarca en Moscú. Perfil
democrático en la prensa occidental. Fue tumbada por una moción de censura y
hoy se halla en prisión acusada de fraude en la importación de gas ruso. La
quitaron de en medio. Yushenko, que no siempre se entendió bien con Yulia
Tymoshenko, logró presidir el país entre 2005 y 2009, pero las siguientes
elecciones presidenciales las ganaría su rival Víctor Yakunovich. La ola
naranja marchitó y el partido prorruso le dio la vuelta a la situación.
Yaknukóvich es un duro. Durante el periodo soviético fue encarcelado dos veces:
cinco años de cárcel por pertenecer a una banda llamada 'Pinovka'. Este es el
hombre que hoy gobierna Ucrania. En el lado contrario, en estos momentos
destaca la figura del exboxeador, Vitali Klitschko, alias Doctor Puño de
Hierro, campeón mundial de los pesos pesados en 2008. Líder de la Alianza
Ucraniana para las Reformas, Klitschko es hoy considerado por los observadores
como el hombre de la Unión Europea en la capital ucraniana. Más concretamente,
de Alemania. El protegido de Berlín en Kíev.
Ucrania está
virtualmente partida en dos, porque pertenece históricamente a ambos mundos, a
Rusia y al imperio central europeo. Lo que hoy conocemos como Ucrania (krajina,
en eslavo significa país, pero también tierra de frontera) hace un siglo
formaba parte de Rusia y del Imperio Austro-Húngaro. La Rusia del Zar poseía
las regiones orientales y la península de Crimea, originalmente controlada por
los tártaros. La Galitza, por el contrario, era la región más septentrional del
Imperio Austro-Húngaro, bajo el directo control de Austria y con una notable
autonomía. (Los húngaros no eran tan flexibles en los territorios bajo su
dominio). La Galitza aparece como un lugar lejano, un confín del Imperio, en
algunas de las más celebradas novelas de Joseph Roth: La marcha
Radetzky y de La cripta de los capuchinos. Colindante con
la Galitza, está la región de Podolia, donde nació, hijo de una familia polaca,
el novelista Joseph Conrad, autor de El corazón de las tinieblas,
una grandísima novela sobre el colonialismo.
En la Primera
Guerra Mundial, tres millones de ucranianos lucharon con el ejército ruso y
unos doscientos cincuenta mil lo hicieron con las tropas del Imperio
Austro-Húngaro. Al concluir la carnicería, todo ese mosaico queda desparramado
sobre el mapa centroeuropeo, sumergido en una lucha de facciones muy difícil de
reconstruir. Los comunistas han tomado el poder en Rusia (1917) e intentan
reagrupar todo el territorio ucraniano en una república popular de nuevo cuño.
Los anarquistas ponen en pie un ejército autónomo, formado básicamente por
campesinos, el denominado ejército negro (Ejército Revolucionario
Insurreccional de Ucrania), que acabará enfrentado con los bolcheviques.
A la ciudad
ucraniana de Odessa pertenece una de las más interesantes escenas de la
historia de cine. 'El acorazado Potemkin', de Serguei Eisenstein. La escalera
de Odessa cuando los cosacos disparan contra la multitud, durante la primera
revolución de 1905.
De aquella época
vienen los colores para identificar a las distintas facciones ucranianas en
lucha: el ejército rojo (bolcheviques), el ejército negro (anarquistas y
fuerzas campesinas), el ejército blanco (zaristas contrarrevolucionarios) y el
ejército verde (nacionalistas ucranianos). Todos contra todos. Finalmente
ganaron los bolcheviques y se constituyó la República Socialista Soviética de
Ucrania, una de las entidades fundadoras, en 1922, de la Unión de Repúblicas
Socialistas Soviéticas (URSS). Concluida la guerra civil, la parte más
occidental pasó a formar parte de Polonia. La guerra dejó un saldo de un millón
y medio de muertos. Pero el sufrimiento aún no se había acabado.
La aceleración de
la industrialización soviética, la colectivización de la tierra ordenada por
Stalin y el incremento constante de las cuotas de producción, provocaron en
Ucrania una hambruna en la que se calcula que murieron más de tres millones de
personas. Sequía, ineficacia, caos, apego a la pequeña propiedad y una política
criminal y deliberada de Stalin para provocar la penuria (toda una cosecha de
trigo fue vendida en el mercado internacional a precios muy bajos) para castigar
al campesinado que identificaba la colectivización con el regreso a la
servidumbre.
Apenas superada la
hambruna, vino la invasión alemana. El mosaico ucraniano o ruteno se volvió a
desbaratar con el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Los alemanes ocuparon
Ucrania como primer paso para la conquista de Moscú. En el sitio de Kíev, más
de 600.000 soldados soviéticos murieron o fueron hechos prisioneros por los
alemanes. En la Ucrania occidental hubo una inicial simpatía por los alemanes,
formándose un Ejército Insurgente Ucraniano que luchó junto con los nazis.
Estos, sin embargo, mantuvieron el colectivismo y desataron una feroz
persecución de los judíos, especialmente numerosos en la antigua Galitza (el
zarismo había expulsado a miles y miles de judíos a la periferia del imperio).
Los nazis alentaron los pogromos por parte de la población local. Los judíos
eran identificados con el sovietismo. La Organización de Nacionalistas
Ucranianos fue una parte muy activa de los mismos. Los pogromos de Tarnopol,
Brzezany y Lvov fueron terribles.
Todos los
comisarios soviéticos detenidos eran ejecutados de inmediato, por orden de
Hitler, en la suposición de que todos ellos eran judíos. Las barbaridades
cometidas en el campo de concentración de Janowska hielan la sangre. Se calcula
que cuatro millones de ucranianos murieron en el campo de batalla, formando
parte del Ejército Rojo. Acabada la guerra y muerto Stalin, Ucrania fue tratada
con atención por Nikita Kruschev. Recuperó la península de Crimea, base de la
flota soviética en el mar Negro y célebre lugar de vacaciones de toda la cúpula
soviética y de muchos dirigentes comunistas internacionales. El sucesor de
Kruschev, Leonid Breznev había nacido en Ucrania. La República Socialista
Soviética de Ucrania acabó siendo una de las economías más dinámicas de la
URSS. En 1991, tras el colapso soviético, el 90% de la población votó a favor
de la independencia.
Veintitrés años
después de la independencia, las calles del centro de Kíev son escenario de una
batalla campal entre los partidarios de una Ucrania más occidental y un régimen
político de base rusófila, de nuevo cautivado por Moscú, que controla el grifo
del gas. Ucrania no es un lugar marginal. Es el bajo vientre de Rusia. Posee
Crimea, pieza fundamental para el control del Mar Negro, donde se desarrollan
equilibrios regionales muy delicados: el renacimiento de Turquía, el avispero
del Cáucaso, los corredores energéticos que salen al Mediterráneo por el
Bósforo y los Balcanes. Ucrania posee Crimea y linda con Polonia, otra nación
importantísima para el futuro de la Unión Europea. Ucrania es un espacio
fundamental en la definición de los mapas del futuro. Crimea ya fue escenario
de una gran guerra, a mitad del siglo XIX, en la que estuvieron en juego todos
los equilibrios europeos. Una guerra moderna en la que, por primera vez en
Europa, tuvieron relieve las crónicas de los enviados especiales. La perdió
Rusia y contribuyó a poner las bases de la Primera Guerra Mundial
Veo las imágenes
de televisión de Kíev y no puedo quitarme de la cabeza las palabras de aquel
embajador en Madrid: "Seguramente tendremos que entregar Ucrania".
Demasiado
sufrimiento acumulado. Hay en Ucrania un fondo terrible que no parece haberse
apagado. Hace unos días, uno de los manifestantes detenidos por la policía fue
obligado a desnudarse sobre la nieve. Mientras era vejado, uno de los policías
le fotografiaba y grababa con un teléfono móvil.
En el pogromo de
1944 en Lvov, alguien fotografió a una mujer judía, medio desnuda, mientras
huía aterrorizada de la turba. Una imagen y otra nada tienen que ver,
pertenecen a épocas y a sucesos de distinta naturaleza, pero son reflejo de un
fondo terrible. Más allá de la política y las instituciones respetadas, el
descontrol y el sadismo. Tierra de frontera, tierra de dolor.
Enric Juliana – Jornalista – 26.01.2014
IN La Vanguardia –
http://www.lavanguardia.com/internacional/20140126/54399551418/espejo-ucrania-enric-juliana.html