El pueblo mapuche sufre
las consecuencias de una sociedad, la chilena en su conjunto, que los
desprecia. No hay nada peor que el paternalismo colonial, trato constante al
que han sido sometidos.
Marcos
Roitman Rosenmann
Chile sufre el mal de las sociedades
trasplantadas, aquellas nacidas a partir de la conquista de los pueblos
originarios. Nunca los conquistadores han reconocido la primigenia posesión de
los territorios a los pueblos originarios. Por el contrario, los han despojado
de cuanto tenían y emprendido una política de exterminio. Han cometido
etnocidio y genocidio. El imperio español no fue el primero. En su expansión de
ultramar articuló las nuevas Leyes de Indias para garantizarse la continuidad
de la mano de obra y regular las condiciones del trabajo forzado en minas y
obrajes para no estancar la producción de oro y plata. No hubo humanidad en
ellas, sólo interés. El resto es discusión filosófica.
El racismo moderno forma parte del
capitalismo colonial del siglo XVI, donde la esclavitud se convierte en el
núcleo del proceso de acumulación de capital. Tras la independencia, en América
Latina no hubo cambios; los criollos convertidos en los nuevos amos de los
países y territorios, tomaron el relevo del peninsular. Tampoco hubo paz ni
libertad para los pueblos indios, sólo sangre y exterminio. Eso sí bajo el
eufemismo de guerras civilizatorias. Así se expandió la frontera agrícola y el
poder de las oligarquías terratenientes. La sociedad monoétnica dominante, con
su cultura y su mundo, impuso el yugo de la explotación adoptando la fórmula
del colonialismo interno, condición sine qua non para seguir
esquilmándoles sus riquezas y patrimonio.
El mito de la superioridad étnico
racial vigente en Chile y América Latina se expresa cotidianamente. Aún no se
conocen los límites del capitalismo racial. Mapuches, mayas, cunas, aymaras,
tupi-guaraní son considerados enemigos del progreso y la patria. En pleno siglo
XXI se ven enfrentados a políticas de exterminio neoliberal. La ampliación de
la frontera agrícola, el monocultivo transgénico de la soja, las plantaciones
de eucalipto, los megaproyectos mineros, hidráulicos, cuyo destino es la vieja
Europa y China, incrementa la violencia y las ansias de las transnacionales por
apropiarse de los últimos espacios a los cuales fueron relegados a fines del
siglo XIX.
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Marcos Roitman
Rosenmann – Doutor em
Ciência Política e Sociologia na Universidade Complutense de Madri – 19.01.2013
IN Clarin de
Chile.